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Cierta vez, al Beato Bonajuncta quisieron quitarle la vida. Algunos enemigos, llenos de malicia, envenenaron una jarra de vino con la intención de matarlo. Pero justo cuando él se levantaba de su oración, el Espíritu de Dios le reveló que aquel vino estaba corrompido.
Con fe, hizo sobre la jarra la señal de la cruz, y esta se rompió por sí sola. Luego, comió sin daño alguno y, con serenidad, le dijo a una sirvienta que al volver a casa encontraría muerto a su amo. Tal como lo profetizó, así currió
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