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Después de escuchar con profunda devoción la lectura de la Pasión de Cristo, pidió que se repitieran las palabras: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
Entonces, extendió los brazos como Cristo en la cruz, y en esa postura entregó su alma a Dios.
Era el 13 de agosto, y murió en el Monte Senario, lleno de méritos y gracia. Su rostro resplandecía como el de un ángel, y parecía que el santo anciano estaba sonriendo al morir.
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