- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Queridos jóvenes, hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy quiero hablarles de algo que no está de moda, pero que es más valioso que el oro: la pureza del corazón. Y lo haremos contemplando a dos jóvenes que cambiaron la historia del mundo: la Virgen María y San José.
La Virgen María, siendo apenas una adolescente —según muchos santos, de solo 14 años—, fue escogida por Dios para llevar en su seno al Salvador del mundo. ¿Por qué? Porque no solo era pura de cuerpo, sino también pura de alma, de intención, de amor. Tenía una gracia tan grande, que su cuerpo y su corazón estaban perfectamente preparados para acoger al Hijo de Dios.
Y San José, a pesar de que algunos lo han representado como anciano, la mayoría de los santos y estudiosos están de acuerdo en que era un joven maduro, fuerte, justo y casto. Era un hombre en la flor de su vida, lleno de virtudes, y aún así vivió su vocación en total pureza, al lado de la mujer más santa de la historia.
¿Qué nos dice esto a nosotros, especialmente a ustedes, jóvenes?
Nos dice que la juventud no es una excusa para el desorden, sino una oportunidad para la santidad. Que la pureza no es algo aburrido, anticuado o imposible, sino una corona brillante, un fuego que no destruye, sino que ilumina el alma. María y José eran jóvenes, y sin embargo vivieron la castidad con alegría, con fuerza y con propósito.
Muchos hoy creen que ser joven es sinónimo de rebeldía, de “probarlo todo”, de “vivir sin límites”. Pero ustedes han sido llamados a más. Ustedes están hechos para amar de verdad, no para consumir al otro. Están llamados a entregarse con libertad, no a esclavizarse a los deseos. Están llamados, como María y José, a ser reflejo de la belleza de Dios en medio de un mundo herido.
La pureza no es solo una ausencia de pecado, es una presencia de Dios en el corazón. Es la capacidad de ver al otro como hermano, como hermana, como alguien digno de respeto, no como objeto. Es la libertad de no tener que aparentar, de no tener que rendirse a la presión de lo que todos hacen.
Ser puro no te hace débil. Te hace valiente.
Ser casto no es una pérdida. Es una victoria.
Esperar no es resignarse. Es confiar en el tiempo de Dios.
Si José y María, en medio de un mundo lleno de desafíos, pudieron decirle “sí” a Dios con todo su ser, ustedes también pueden.
Recen, pidan ayuda, no caminen solos. Y recuerden:
La Virgen fue joven como tú. San José fue joven como tú. Jesús mismo fue joven como tú. Y los tres fueron puros.
Que ellos intercedan por cada uno de ustedes. Y que esta generación no sea conocida por sus caídas, sino por su amor fiel.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Amén.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Publicar un comentario