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Somos hijos de Dios y estamos bajo su protección. Jesús nos ha trasladado del reino de las tinieblas al reino de su amor. Sin embargo, aún hay personas, como yo, que en momentos de miedo o angustia, podemos sentir que estamos bajo el poder del mal, a pesar de que ya hemos sido liberados.
Recuerdo cuando compartieron algunos testimonios. Por ejemplo, hablaban de un hombre que vivió durante muchos años en unión libre y, aunque sentía que le hacían brujerías, en realidad la situación era más profunda: él no estaba dispuesto a cambiar su vida, a seguir los principios cristianos. El mal se aprovecha de esos vacíos y de esas decisiones que no se alinean con lo que Dios quiere para nosotros.
También se habló de la importancia de la confesión. Alguien preguntó si, después de confesarse, aún se puede sentir no perdonado. A mí también me pasó en algún momento, y la respuesta que dieron fue clara: muchas veces eso es un escrúpulo, una duda o pensamiento obsesivo que nos hace sentir que no estamos perdonados, cuando en realidad Dios ya nos ha perdonado. Esas dudas son una táctica del enemigo para mantenernos alejados de la paz que Jesús quiere darnos.
Me quedó claro que la liberación no es algo que pasa una sola vez, sino que es un proceso continuo. Para liberarnos del mal, necesitamos ser transformados, día a día, a la imagen de Cristo. No se trata solo de algo externo, sino de un cambio interior profundo. Y ese cambio solo se logra cuando estamos dispuestos a vivir de acuerdo a los principios de Dios, a aceptar su gracia y a colaborar con Él en nuestra conversión.
El libre albedrío juega un papel fundamental en todo esto. Nuestra salvación depende de las decisiones que tomamos cada día. Si no estamos dispuestos a cambiar nuestra vida o a vivir según el plan de Dios, entonces no debemos esperar resultados diferentes. La liberación, de alguna manera, depende de lo que decidimos hacer con lo que sabemos, de cómo respondemos al llamado de Dios
Además, el orador mencionó algo que me hizo reflexionar mucho: las mentiras del mal. El demonio siempre nos hará dudar de la bondad de Dios. Nos tentará a pensar que Él nos priva de algo bueno, tal como hizo con Adán y Eva. Hoy en día, muchas personas, especialmente los jóvenes, piensan que seguir los mandamientos de Dios es algo negativo, cuando en realidad, lo que Dios quiere es lo mejor para nosotros.
Al final, lo más importante es entender que todo combate espiritual ocurre en nuestra mente. Las fortalezas son esas mentiras que nos creemos, que el mundo o el demonio nos hacen aceptar como verdad. Y esas mentiras nos alejan de la verdad de Dios, que es lo que realmente nos libera y nos da paz.
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