su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

para descubrir las llagas secretas de la conciencia.

 


Con gran sabiduría y consejo, Dios ordenó la confesión para descubrir las llagas secretas de la conciencia. Si las enfermedades ocultas no se manifiestan al médico, la medicina no podrá sanarlas. Del mismo modo, si los demonios nos engañan en secreto, ¿quién nos librará de su engaño si no revelamos lo que sucede?

Dice el Sabio en Eclesiástico 10:

"Si la serpiente te muerde en secreto, ¿quién te sanará si no vas al médico a contarle tu daño?"

Por esta razón, los Padres del desierto enseñaron que revelar las tentaciones que nos ponen los demonios es tan necesario que, quien las calla, suele ser vencido.

San Juan Clímaco dijo:

"Quien oculta sus tentaciones empolla los huevos del demonio y hace nacer basiliscos; pero quien las descubre, revienta el veneno y queda sano."

Dice Eclesiástico 4:

"Declara tus iniquidades para que seas justificado."

Y en otro lugar:

"No te avergüences de confesar tus pecados." (Eclesiástico 43)

También dice:

"Cuenta lo que tienes dentro de ti para que seas justificado."

Porque, para que los pecados sean perdonados, es necesaria la confesión. Así lo afirma el Sabio:

"Quien oculta sus delitos no prosperará, pero quien los confiesa y los deja, alcanzará misericordia." (Proverbios 28:13)

San Juan dice en su primera carta (1 Juan 1:9):

"Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda iniquidad."

San Agustín añade:

"Quien no quiere que sus pecados sean revelados a todo el mundo, que vaya al sacerdote, que está en el lugar de Dios, y se los confiese."


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