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El Beato Bonajuncta tenía un don especial que lo acompañó hasta el final de sus días: el don de profecía.
Según cuenta Nicolás de Pistoia, este regalo del Espíritu Santo era tan habitual en él que dejó de sorprender a quienes lo conocían.
Era un hombre de gran oración y pureza de corazón, severo consigo mismo, pero dulce con todos. Decían de él: “gran oración, gran dulzura con todos, pero severísimo consigo mismo”.
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