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Roma, siglo III después de cristo La ciudad resplandecía con el brillo del mármol y el oro de sus templos. Bajo el gobierno del emperador Claudio II el Gótico, la persecución de los cristianos se intensificaba. Aunque el emperador no tenía un odio personal contra ellos, sus consejeros, prefectos y oficiales le aseguraban que los seguidores de Cristo representaban una amenaza para la estabilidad del Imperio.
En una de las prisiones de Roma, San Valentín, un sacerdote cristiano, aguardaba su destino. Había sido arrestado por casar a parejas cristianas en secreto, desafiando la orden imperial que prohibía a los soldados contraer matrimonio. Su fama de hombre sabio y virtuoso llegó a oídos del emperador, quien decidió interrogarlo personalmente.
En el majestuoso Palacio Imperial, en una gran sala de mármol con columnas imponentes y estatuas de los dioses romanos, San Valentín fue llevado encadenado ante el emperador Claudio II. A su lado estaban sus consejeros y sacerdotes paganos.
—Valentín, —dijo el emperador con voz firme— me han dicho que eres un hombre sabio. ¿Por qué, entonces, sigues una fe que desprecia a nuestros dioses y desafía las leyes del Imperio?
San Valentín, con serenidad, respondió:
—Oh, emperador, si conocieras el amor y la justicia del único Dios verdadero, abandonarías la adoración de ídolos y conocerías la verdadera luz.
Los presentes murmuraron indignados. Un sacerdote pagano exclamó:
—¡Blasfemia! ¿Cómo osas despreciar a Júpiter y Marte? ¡Nuestros dioses han protegido a Roma por siglos!
El emperador, sin embargo, levantó la mano para imponer silencio. Había algo en la calma de Valentín que lo intrigaba.
—Dime, entonces, ¿qué tiene tu Dios que los nuestros no?
—Mi Dios no es de piedra ni de bronce. Es el creador del cielo y la tierra, el que da la vida y el amor verdadero. Cristo, su Hijo, vino al mundo para traer la salvación a todos, incluso a ti, emperador.
Las palabras de Valentín sembraron una duda en Claudio II. Sin embargo, uno de sus prefectos, Calfurnio, temiendo que el emperador se dejara influenciar, gritó:
—¡Majestad, este hombre pretende debilitar tu autoridad! ¡Si permitimos que esta secta crezca, Roma caerá en el caos!
Claudio II, preocupado por las repercusiones políticas, decidió no condenar de inmediato a Valentín. En cambio, ordenó que fuera puesto bajo la custodia de Asterio, uno de sus oficiales, con la esperanza de que este lo hiciera renunciar a su fe.
Asterio llevó a Valentín a su lujosa casa en Roma. Aunque era leal al emperador, sentía curiosidad por el prisionero.
—Dicen que tu Dios tiene poder —le dijo con escepticismo—. Si puedes demostrarlo, haré lo que me pidas.
Entonces, llevó a Valentín hasta su hija, una joven que había nacido ciega.
—Si tu Dios es real, haz que mi hija vea.
Valentín, con fe inquebrantable, colocó sus manos sobre los ojos de la joven y oró:
—Señor Jesús, muéstrale a estos hombres tu gloria.
Un instante después, la muchacha parpadeó y, por primera vez en su vida, vio la luz.
—¡Padre, puedo verte! —exclamó con lágrimas en los ojos.
Asterio cayó de rodillas, conmovido.
—Tu Dios es poderoso… —susurró.
Esa noche, él y toda su familia pidieron ser bautizados en la fe cristiana
Cuando la noticia del milagro llegó a oídos del prefecto Calfurnio, este se enfureció. Acusó a Valentín de hechicería y exigió su ejecución.
El emperador, aunque impresionado por lo ocurrido, temió un levantamiento entre los seguidores de los dioses romanos. No queriendo arriesgar su poder, cedió a la presión y firmó la sentencia de muerte.
En la fría madrugada del 14 de febrero, Valentín fue sacado de la prisión y conducido a las afueras de la ciudad. Aún con las manos atadas, su mirada reflejaba paz. Antes de morir, le entregó una carta a su carcelero para que se la diera a la hija de Asterio. En ella, escribió:
"Nunca dejes de ver con los ojos de la fe. Con amor, tu Valentín."
Un soldado levantó su espada… y así terminó la vida terrenal de aquel hombre que desafió al Imperio en nombre del amor y la fe.
Sin embargo, su legado no murió con él. Los cristianos recordaron su sacrificio, y con los siglos, su historia se convirtió en símbolo de amor y valentía.
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