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Las crónicas antiguas de mi Padre San Francisco (libro 6,)
relatan que un sacerdote que servía en un campo vivía con negligencia.
Un criado suyo tuvo una visión: vio que muchos conejos negros subían sobre la silla donde el sacerdote estaba sentado, y trabajaban para romperle las vestiduras. Un religioso de la Orden de los Menores apareció y ahuyentó a los conejos, diciéndole al criado:
—Di al sacerdote que haga penitencia y se confiese, porque esos conejos son demonios que, por sus pecados, tienen poder sobre él.
El criado le contó la visión al sacerdote, pero este se burló y, con ira, dijo que no estaba tan enfermo como para necesitar confesarse.
Tres días después, el criado tuvo otra visión: vio dos perros negros grandes que intentaban atacar y despedazar al sacerdote. Un religioso Menor que caminaba detrás de la silla hizo huir a los perros y le dijo al criado que debía hacer que el sacerdote se confesara, porque pronto iba a morir.
Cuando el criado contó esto, el sacerdote se indignó, especialmente porque le dijeron que moriría pronto, y se negó a confesarse.
Pasados tres días más, el criado vio un gran fuego con una caldera llena de pez hirviendo. Los demonios intentaban echar al sacerdote dentro, pero el religioso salió y lo defendió. Luego dijo al criado:
—Di al sacerdote que no menosprecie la penitencia, porque la necesita con urgencia.
Porque cuando uno está sin suficiente conocimiento para odiar sus culpas, con facilidad vuelve a cometer los mismos pecados.
Debemos persuadirnos que hicimos verdadera penitencia cuando sentimos horror de nuestras culpas y un sincero deseo de apartarnos de ellas.
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