su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

"Donde el Tiempo se Detiene: La Voz del Purgatorio en la Penumbra del Alma

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En lo más profundo de un valle italiano, donde el silencio parece ser tejido por el murmullo del viento entre cipreses, se alzaba una pequeña capilla olvidada por el tiempo. Una tarde, bajo el resplandor dorado del sol poniente, Giovanni —un joven viajero en busca de respuestas espirituales— decidió refugiarse allí tras un día de camino.

Al cruzar el umbral, notó que el aire en el interior era espeso, como si cada piedra cargara siglos de oraciones y secretos. Se sentó frente al altar, y, sin darse cuenta, fue vencido por un extraño sopor.

Despertó súbitamente al oír voces. Frente a él, en la semipenumbra, habían aparecido siete figuras vestidas con túnicas sencillas. Sus rostros eran serenos, pero sus ojos ardían con un fuego de eternidad.

Uno de ellos habló con voz grave y clara:

—Giovanni, el alma no se salva por accidente ni descuido. Has de saber que la primera disposición del alma que desea la vida eterna es el examen profundo de su conciencia. Así como un hombre prudente revisa sus cuentas si teme perder una gran fortuna, el pecador está obligado —sí, obligado— a poner toda diligencia en traer a la memoria sus pecados mortales.

Otra figura, que parecía una anciana sabia, continuó:

—No se trata solo de arrepentirse, sino de recordar desde la primera confesión hasta hoy, con la seriedad de quien está por enfrentar su juicio final. La memoria ha de trabajar como lo haría ante un negocio gravísimo: lo que está en juego no es menos que la vida espiritual y la salvación o condenación eterna.

Giovanni, estremecido, susurró:

—¿Y si no recuerdo todo? ¿Y si fallo?

Entonces habló un tercero, de rostro radiante:

—Dios ve tu esfuerzo. Como dijeron los sabios Scotto, Gerson y Gabriel, el examen ha de ser tan diligente como lo sería si se tratara de evitar una pérdida inmensa o alcanzar una gran ganancia. Porque no hay ganancia más grande que el Cielo, ni pérdida más espantosa que el alma misma.

Otra figura levantó una mano y señaló hacia el crucifijo:

—¿Acaso no lucharías por evitar la muerte corporal si supieras que es inminente? Pues bien, ¿por qué dejar para después el evitar la muerte eterna? El que posterga su examen y su conversión es como quien, enfermo, se niega a buscar cura mientras su vida se escapa.

La última figura, envuelta en una luz tenue, añadió:

—El purgatorio es misericordia, pero también justicia. Allí se purifican las almas tibias, aquellas que vivieron como si siempre hubiera un mañana para convertirse. Pero tú estás vivo, Giovanni. Tienes hoy. No esperes.

En un instante, las figuras desaparecieron como el rocío ante el sol. Giovanni, solo otra vez en la capilla, lloró sin saber por qué. Pero desde aquel día, nunca más fue el mismo. Su vida se volvió una peregrinación constante hacia la luz, con el corazón ardiendo en deseo de pureza y salvación.


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