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San Pablo dice que Adán no fue engañado, como tampoco lo fue Aarón cuando hizo el becerro de oro (Éxodo 32) para que el pueblo hebreo lo adorara (2 Reyes 11), ni Salomón al ofrecer sacrificios a los ídolos. Ninguno de ellos actuó por ignorancia.
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Aarón hizo el becerro por temor al pueblo.
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Salomón lo hizo por obedecer a las mujeres que amaba desordenadamente.
Del mismo modo, Adán se inclinó a comer del fruto prohibido, no por desconocimiento, sino vencido por las súplicas y halagos de Eva. Ella le hizo creer que si no comía, ella sufriría una pena tan grande que podría morir de tristeza.
Eva, como Dalila: Persuasión destructiva
Eva logró con Adán lo que Dalila con Sansón (Jueces 16): la insistencia diaria, sin descanso, acabó por doblegarlo. Cansado y molesto, finalmente Adán consintió.
Adán no lo hizo por deseo carnal —pues aún no se había rebelado la carne contra el alma— sino por benevolencia, como quien ofende a Dios por agradar a un amigo. El resultado fue el grave pecado de desobediencia al mandato de Dios.
El origen del pecado: La soberbia
Muchos pasajes de la Sagrada Escritura confirman que la raíz del pecado de Adán fue la soberbia.
Tobías dijo a su hijo:
“No permitas que haya soberbia en tu alma ni en tus palabras, porque de ella vino el principio de la perdición humana.”
El Eclesiástico también enseña:
“El principio de la soberbia hace apostatar al hombre; ella lo aparta de Dios y es origen de todos los pecados.”
Para entender la gravedad del pecado de Adán y el daño de la soberbia, es útil recordar lo que dijo San Bernardo en un sermón del Adviento:
“¿Por qué tienes soberbia, tú que eres polvo y ceniza? Si Dios no perdonó a los ángeles soberbios, ¿qué puedes esperar tú, podredumbre y gusano?”
Lucifer, el origen del engaño
Lucifer no cometió obra externa, solo tuvo un pensamiento de soberbia, y en ese instante fue eternamente derribado. Por eso, hermanos, huid de la soberbia, porque es la raíz de todo pecado.
Considerad la rapidez con la que la soberbia cubrió de tinieblas eternas a quien resplandecía más que todas las estrellas. Transformó al príncipe de los ángeles en diablo. Lleno de envidia del hombre, Lucifer vomitó su ponzoña y persuadió a Eva de que comiera del fruto prohibido, diciéndole:
“Si lo comes, serás como Dios, conocerás el bien y el mal.”
¿Qué ofrecía? ¿Qué prometía este miserable?
El Hijo de Dios tiene la llave de David (o mejor dicho, Él es la llave) que abre y nadie cierra, y en Él están los tesoros de la ciencia y la sabiduría. ¿Podía el demonio hurtarlos para dárselos al hombre? Claro que no.
El padre de la mentira
Así se cumplió lo que Dios dijo del demonio:
“Es mentiroso y padre de la mentira.”
Fue mentiroso cuando dijo:
“Seré semejante al Altísimo.”
Y padre de mentira al decir:
“Seréis como dioses.”
Tú también, hombre, sigues a un ladrón y caminas tras él. Dice Isaías:
“Tus príncipes son infieles, compañeros de ladrones.”
Verdaderamente, nuestros primeros príncipes fueron Adán y Eva, quienes desobedecieron y se hicieron compañeros del ladrón, pues por consejo del diablo —hablando a través de la serpiente— cayeron en el pecado.
Aquí tienes el texto corregido y organizado con títulos, para facilitar su lectura y comprensión. He respetado el estilo antiguo en lo posible, pero modernizando la ortografía para claridad:
Pecados de Adán según San Bernardo
1. Intento de usurpar lo que es propio del Hijo de Dios
Intentaron hurtar lo que es propio del Hijo de Dios. Hasta aquí son palabras de San Bernardo.
Amor desordenado hacia su mujer
El segundo pecado de Adán fue el amor desordenado que tuvo hacia su mujer. Aunque no fue amor de concupiscencia carnal (pues este aún no se había inflamado en sus miembros), fue un amor de compañía y amistad. Por no causarle tristeza, estimó en poco quebrantar el mandamiento de Dios.
Así dice San Agustín:
Adán no quiso entristecer a Eva, temiendo que sin su compañía no podría vivir, y que la discordia le causaría la muerte. No lo hizo movido por concupiscencia de la carne —que aún no sentía—, sino por una amable benevolencia, por la cual muchas veces los hombres se atreven a ofender a Dios por no perder a un amigo.
Y cuán grave error es este, lo muestra el suceso que tuvo Adán por esta causa.
Curiosidad pestilente
El tercer pecado fue una mala codicia y pestilente curiosidad: el deseo de experimentar lo que había en aquella fruta prohibida por Dios y saber qué sucedería después de comerla.
4. Duda de la palabra divina
El cuarto pecado fue poner en duda las palabras que Dios dijo.
Adán vio que Eva había comido y no había muerto, por lo que comenzó a dudar si lo dicho por Dios era amenaza o sentencia definitiva; si debía entenderse literalmente o si era alguna figura con otro significado.
5. Presunción del perdón divino
El quinto pecado que cometió Adán al comer la fruta prohibida fue su ignorancia del rigor con que la justicia divina castiga las culpas cometidas contra tan tremenda majestad. Pensó que su pecado tendría excusa y que Dios fácilmente le perdonaría una culpa que a él le parecía liviana, comiendo solo una manzana.
Creyó que Dios no lo tomaría en cuenta, considerando su dignidad personal. Confió en la familiaridad que tenía con Dios y en que lo había hecho para agradar a su mujer, quien le fue dada por el mismo Dios como compañera.
Amaba Adán tiernamente a Eva por su hermosura, su habilidad y su amorosa condición; por ser única en el mundo y destinada a ser madre de todos los hombres; y porque había sido formada de su propia carne y huesos.
Por este camino creyó que fácilmente alcanzaría perdón. Por eso, cuando Dios lo reprendió, no dijo otra cosa en su defensa sino:
"La mujer que tú me diste, me dio del fruto, y comí."
Gula
El sexto pecado fue la gula. Vio la hermosura de la manzana, oyó a Eva decir que tenía excelente sabor, y se sintió movido por un gran deseo de comerla y probarla.
Inobediencia
El séptimo pecado fue la inobediencia.
Aunque formalmente no fue inobediente con intención de despreciar el mandamiento, en el fondo no lo obedeció.
La raíz del pecado de Adán fue la soberbia, pues movido por ella se determinó a pecar.
Y respecto a la ofensa cometida contra Dios, su pecado principal fue la inobediencia.
Dice San Pablo:
"Así como por la inobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores, así por la obediencia de otro fueron muchos justificados."
Y de las palabras del mismo Dios consta cuán gravemente se ofendió, pues le dijo:
"¿Por qué comiste la fruta que te mandé que no comieses?"
Excusar su pecado y culpar a Dios
La octava culpa que cometió Adán fue excusar su pecado. En esto tuvo más descomedimiento que Eva, porque ella se disculpó con la serpiente, pero Adán atribuyó la culpa a Dios, diciendo:
"La mujer que me diste por compañera me dio la fruta y comí."
Como si dijera:
"Dándomela tú, fuiste causa de mi caída."
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