su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Historia del noble hipócrita y el monje Bernardo

 

Se cuenta que un noble poderoso, que en vida se había convertido al catolicismo, murió tras llevar una vida aparentemente piadosa. Sin embargo, su conversión había sido superficial: ayudaba a los pobres y ofrecía limosnas, pero más por apariencia que por verdadera caridad. Era, en el fondo, un hipócrita.

Tras su muerte, su alma no fue condenada al infierno, pero tampoco halló descanso en el cielo. Estaba en el Purgatorio, sufriendo y purificándose por sus faltas. Una noche, un hombre lo vio aparecer montado sobre un caballo negro —símbolo de su estado de penitencia y sufrimiento— y le preguntó por qué se le veía así, si ya estaba muerto.

El alma del noble le respondió que estaba pagando por sus pecados, y que las limosnas que dio en vida no le ayudaban, porque las había ofrecido sin verdadera intención. Sin embargo, confesó que aún había esperanza: había dejado una suma de dinero oculta, obtenida de forma injusta. Si ese dinero era entregado a los pobres con sincera caridad y en su nombre, su alma podría avanzar hacia el descanso eterno.


Un monje muy devoto, llamado Bernardo, escuchó el caso e insistió en saber quiénes habían sido cómplices del noble en ocultar ese dinero, para hacer una reparación completa. El alma, avergonzada, se negó a revelarlo. Pero Bernardo le advirtió: “No podrás resistirte. Cada día rezo todo el Salterio —los 150 Salmos—, y dentro de ellos hay siete versículos que afectan directamente a tu alma. Si sigo rezándolos, será inevitable tu liberación.”

Entonces, intervino el demonio, que rondaba el Purgatorio para impedir que ciertas almas alcanzaran el cielo. Temeroso de que las oraciones de Bernardo ayudaran a salvar al noble, prefirió revelar él mismo los nombres de los cómplices y los pecados cometidos, antes que arriesgarse a que el alma se purificara del todo y escapara de su influencia.

Se descubrió entonces que gran parte del dinero del noble había sido reunido por medio de robos y fraudes. Al conocer toda la verdad, el obispo de la región se sintió profundamente conmovido. Cumplió con el deseo del alma: distribuyó el dinero oculto entre los pobres, hizo celebrar misas por su alma y, como acto de penitencia personal, renunció a su cargo episcopal y se retiró a vivir como monje.

Así, gracias a la oración, a la reparación y a la intervención divina, el alma del noble —aunque hipócrita en vida— fue finalmente liberada del Purgatorio y llevada al descanso eterno, mientras el demonio, derrotado, tuvo que retirarse con las manos vacías.


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