su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Los demonios actúan de dos maneras para tentar a los justos.


Los demonios actúan de dos maneras para tentar a los justos. La primera consiste en seducir nuestras inclinaciones por distintos medios y placeres, para arrastrarnos tras ellos. Nos tienden sus lazos justo en los lugares donde somos más vulnerables. Así lo expresó el rey David: “En el camino por donde yo ando, me han tendido trampas.” Y san Gregorio añadió: “El demonio recorre toda la tierra”, es decir, examina nuestras inclinaciones carnales para atacarnos por donde percibe mayor debilidad. Así, cuando una persona cae en un vicio, el demonio le presenta otro en el que tiene más inclinación, y de esa forma nos mantiene atrapados en distintos pecados.

Cuenta san Jerónimo que Macario vio al demonio, quien llevaba bajo su manto lleno de agujeros muchas redomillas (frascos pequeños). Macario le preguntó: “¿Qué llevas ahí?” El demonio respondió: “Voy con los monjes para tentarlos con distintos gustos, a fin de distraerlos de la oración. Si no se sienten atraídos por uno, quizá sí por otro.” Macario le dijo: “Ve, y vuelve por aquí después.” Cuando volvió, Macario le preguntó: “¿Cómo te fue?” Y el demonio respondió: “Mal, porque salvo tu amigo Teopente, ninguno me recibió.” Entonces Macario fue a ver a Teopente y le enseñó cómo resistir las distracciones durante la oración y los pensamientos vanos, ayudándole así a corregirse.

También narra Aquilino sobre santa Margarita de Antioquía, que ella oró al Señor para que le mostrara contra qué demonio luchaba. Entonces vio un dragón feroz que venía a devorarla. Con la señal de la cruz lo hizo estallar. El demonio se le apareció entonces en forma humana, y le tomó la mano, pero ella le agarró del cabello, lo derribó y le ordenó decir por qué perseguía a los hombres. Él respondió: “Porque tengo envidia de que ellos alcancen las glorias que nosotros perdimos, lo cual es para nosotros una gran vergüenza.”

La segunda manera con la que los demonios nos llevan al pecado es aún más sutil y peligrosa: nos hacen caer profundamente mediante un solo pecado, por una cadena de pasos cada vez más graves. Primero nos hacen desear intensamente algo, pero impiden que lo logremos, para que crezca aún más el deseo. Sin embargo, siempre nos mantienen con la esperanza de obtenerlo, para que sigamos buscándolo. Así, nos atan con hilos de deseo y ansiedad, llevándonos poco a poco por una escala peligrosísima hacia el infierno, con ofensas muy graves contra Dios. Y como esto es una lección importante para nuestras almas, se suele representar esta caída como una escala de doce peldaños que conducen al infierno, cada uno implicando una falta más grave.


Dado que la sugestión diabólica no es todavía pecado nuestro, aunque sí es el principio y origen de nuestras culpas —así como la vocación es principio de todo nuestro bien espiritual, aunque sea algo externo—, la delectación de la carne tampoco constituye por sí sola el pecado, hasta que interviene el consentimiento de nuestra razón.

Sin embargo, el pecado ya comienza en nosotros cuando la carne empieza a complacerse y a desear lo que la sugestión le presenta. En este punto suelen darse muchos detenimientos y pecados veniales, mientras se delibera si seguir o no lo que se ha representado.

Los escrupulosos suelen confundirse aquí, pues no saben distinguir entre la delectación y el consentimiento. Pero tengan esta señal: siempre que una persona se duele de tener estos pensamientos, está lejos de haber consentido en el pecado. Porque quien consiente, se complace en ello.


Después de haber consentido en el pecado, el alma queda muerta, como la hija del principal de la sinagoga, que yacía muerta en su casa. Allí va el Redentor a resucitarla con una simple palabra. Porque, como este es el primer grado consumado del pecado, también tiene el remedio más fácil que el Señor concede. Pero si no se busca ese remedio, el pecado quiere crecer, como todo lo humano tiende a aumentar.

Y así el siguiente paso es querer llevar el pecado a la obra. Pero la vergüenza humana lo detiene, y entonces el pecado se realiza en secreto. El remedio, en este caso, ya no es tan fácil, porque la obra externa añade mucho al consentimiento interior: ahora los miembros del cuerpo también se ejercitan en el mal. A esto se añade el escándalo si alguien lo llega a saber. Así como el hijo de la viuda de Naín fue resucitado a la puerta de la ciudad, cuando Cristo tocó el ataúd y dijo: “A ti te digo, joven, levántate.”

Pero cuando una persona ya peca sin vergüenza y con escándalo ante quienes lo ven, entonces está como Lázaro, muerto desde hace cuatro días. Este necesita una intervención más profunda del Redentor. Así, en estos tres grados de pecado se representan tres resucitados por Cristo: la hija de Jairo (pecado interior), el joven de Naín (pecado oculto pero en acción), y Lázaro (pecado público y escandaloso).

Después, cuando alguien se ha acostumbrado al pecado, ha envejecido en él y se ha endurecido, sube a un grado peor: el de la necesidad o aparente fuerza, como dijo David: “Señor, me hacen violencia, responde por mí.” Y san Pablo: “Siento una ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi mente y me lleva cautivo al pecado.”

Este cautiverio o “fuerza” no es absoluta, no nos priva totalmente de libertad; si así fuera, no habría pecado. Se llama "fuerza" o "cautiverio" por el gran dominio que en ese momento tiene el pecado sobre nosotros, y la gran debilidad a la que hemos llegado.

Pero Dios, que es todopoderoso, puede salvarnos con gran facilidad, si nos unimos a Él. Sin embargo, el Señor ha ordenado distintos remedios según las diversas enfermedades espirituales. Por eso, la curación de este grado es difícil, no por Dios, sino por la mala disposición del pecador. Y si esta etapa ya es difícil de sanar, ¿qué diremos de los grados siguientes, que son mucho más graves y peligrosos?

Comentarios