- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Valerio Máximo refiere que cierto filósofo caminaba un día por los campos, cuando se encontró con un cazador que venía del bosque, pálido y estremecido. Le preguntó qué le ocurría, y el hombre, temblando, comenzó a relatar:
> “Me perdí en el bosque buscando na presa, pero lo que encontré fue otra cosa…”
Y he aquí lo que el cazador contó:
Había entrado en una espesura donde, según se decía, otros cazadores habían desaparecido sin dejar rastro. Él no sabía nada de eso, pero al adentrarse comenzó a sentir que algo no andaba bien: el aire era más pesado, el silencio más profundo de lo normal.
De pronto, entre los árboles, apareció una mujer de belleza sobrehumana. Tenía cabellos largos como seda, ojos brillantes como carbones y una voz dulce como el canto de las aves. Pero lo más extraño era que tenía dos pequeños cuernos saliendo de la frente. El cazador se asustó, y su alma presentía el peligro… pero cuando ella le habló, su miedo comenzó a desvanecerse. Su mirada se volvió irresistible, y sus palabras eran como miel caliente.
Ella se le acercó y comenzó a acariciarle la cabeza. El hombre, sin entender cómo, sentía que sus fuerzas se rendían y su voluntad cedía. No sabía que aquella mujer era un demonio disfrazado, y que venía a devorar su alma como ya lo había hecho con otros.
Pero en ese mismo instante, por divina Providencia, un santo varón se hallaba rezando no muy lejos del lugar. Sintiendo en su espíritu el peligro, corrió al sitio y, al ver la escena, alzó la voz con gran autoridad espiritual:
> “¡Tú, que tiendes trampas para bestias y aves salvajes, cuídate de no ser atrapado tú mismo en el lazo de la mujer infernal!”
El cazador quedó paralizado.
Entonces el santo gritó con fuerza:
> “¡Jesús, Hijo de Dios vivo! ¡Tu Nombre es salvación y escudo poderoso! ¡Jesús!”
Apenas fue invocado el Santísimo Nombre de Jesús, la mujer lanzó un alarido espantoso, su cuerpo se retorció como humo entre fuego, y desapareció con un hedor insoportable, revelando su verdadera naturaleza de espíritu inmundo. El bosque volvió a estar en silencio.
El cazador cayó de rodillas, sollozando. Había estado a punto de perder su alma. El santo le ayudó a levantarse y le dijo:
> “Hijo, Dios te ha salvado. No por tus méritos, sino por pura misericordia. Guarda tus ojos, porque no hay flecha más mortal que una mirada sin temor de Dios.”
Desde ese día, el cazador abandonó sus caminos antiguos, vivió en penitencia, y jamás volvió a levantar sus ojos para mirar belleza engañosa.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Publicar un comentario