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El demonio ya tenía vencido a un moribundo para que no confesara unas deudas ocultas, sin cuya confesión no podía salvarse. El demonio, triunfante por esta victoria, estaba lleno de alboroto y alegría. Pero como el confesor lo exhortó con firmeza y urgencia sobre la obligación que tenía ante Dios, el moribundo terminó por declarar aquellas deudas.
Entonces, el demonio cambió su alegría por una melancolía desesperada. Un santo varón tuvo una visión en la que vio al demonio sumido en esa melancolía, y cómo se le acercaba otro demonio para consolarlo, diciéndole:
“No te aflijas por eso. Aunque perdamos el alma de ese moribundo, vamos a ganar más de lo que perdemos. Porque al morir, él dejará atrás nueve o diez almas de sus ejecutores y herederos, y aunque haya confesado las deudas, ellos no las van a pagar. Así que esas almas pasarán a ser nuestras.”
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