su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

“Señor, haz de mí todo lo que quieras”

 

Un alma verdaderamente santa no permite que la vanagloria entre en su mente.

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Su profunda desconfianza en sí misma la lleva a poner toda su confianza en Dios, entregándose plenamente en alma y cuerpo, y diciendo:.

“Señor, haz de mí todo lo que quieras”.

Sabe que cualquier acción sin la gracia divina carece de mérito, por lo que nunca se atribuye ningún acto virtuoso como propio. La gracia transforma y da valor a las obras humanas, mientras que sin ella, incluso las buenas acciones quedan muertas. Un alma santa prefiere exponerse al peligro antes que atribuirse algún mérito personal.

Todo bien se reconoce como proveniente de Dios, y todo mal, como resultado de la criatura que actúa sin gracia. Esta humildad y entrega total permiten ver la santidad como obra divina y mantener un amor absoluto y obediente hacia Dios, rechazando todo orgullo y vanidad.

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